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Rentas y rentistas

No tenemos por qué asumir que las rentas de los propietarios de los recursos naturales son frutos del azar

por Iván Alonso

Publicado: 2014-04-25

Las industrias extractivas tienen mala prensa. Se relativiza, a veces, la importancia de la minería, el petróleo e inclusive la pesca porque (supuestamente) no crean las capacidades necesarias para sostener el crecimiento económico. Las enormes ganancias que producen, particularmente en épocas de bonanza, se consideran el germen de una cultura rentista que resulta contraproducente para el desarrollo. Un país con abundantes recursos naturales puede, si quiere, vivir de sus rentas y dejar de invertir en su futuro. Algunos la llaman la maldición de los recursos naturales; otros, la paradoja de la abundancia.

La imagen que evoca esta paradoja es la del inversionista pasivo que sale de casa una vez al mes para cobrar los alquileres de sus inmuebles. Esa imagen no encaja con la del minero que se la pasa escarbando la tierra para seguir una veta. Podría ser la del propietario de la mina, recibiendo sus rentas (o regalías) tranquilamente sentado en la comodidad de su hogar. Pero ¿qué tiene de malo ser un rentista? El inversionista pasivo no es necesariamente un inversionista improductivo.

El concepto económico de renta se origina en los estudios del economista británico David Ricardo sobre lo que se conoce como la distribución funcional del ingreso. A la producción de un campo de trigo concurren, digamos, tres personas que cumplen funciones distintas: el campesino que presta su trabajo, el agricultor que pone el capital y el propietario que arrienda su tierra. La pregunta es cuánto puede cobrar de renta el propietario. Si una parcela produce el equivalente a 1.000 soles de trigo, de los cuales 100 hay que pagarle al campesino por su trabajo y 500 es lo mínimo que necesita el agricultor para remunerar y recuperar su capital, el propietario puede, entonces, exigir 400 soles de renta. Otra parcela que produce solamente 800 soles de trigo con los mismos costos, no deja más que 200 de renta. Y en una tercera parcela que produce 600, no queda nada para el propietario.

A partir de este análisis, los economistas comenzaron a llamar rentas a los diferenciales entre las ganancias de los propietarios de las tierras más fértiles y las del propietario de la tierra menos fértil que está en cultivo. Del mismo modo, la renta minera vendría a ser el diferencial entre las ganancias del dueño de un yacimiento con una alta ley de mineral y las del dueño del yacimiento de más baja ley que esté en operación. Como siempre hay yacimientos de mayor y menor ley operando al mismo tiempo, siempre habrá minas generando rentas, en este sentido económico, para sus propietarios.

No tenemos por qué asumir, sin embargo, que las rentas de los propietarios de los recursos naturales son frutos del azar; que es pura suerte de haber dado con las tierras más fértiles y las minas más feraces; que no hay intervención ni del ingenio ni del sacrificio humano. Al contrario: la posibilidad de obtener rentas es una motivación poderosa para buscar más tierras aptas para el cultivo, más yacimientos con alto contenido metálico, de la misma manera como la expectativa de un mejor sueldo motiva a los jóvenes a estudiar una profesión. Todo el negocio de las ‘juniors’ mineras consiste en eso precisamente: en descubrir buenos depósitos para luego vendérselos a otras compañías más grandes con los recursos suficientes para ponerlos a producir.


Escrito por

EL AMAZONICO

"Una injusticia hecha a un individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad."


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